Un árbol no es solo una manifestación esencial de vida sino que podemos mostrar la estrecha relación que puede tener con nuestra especie.
Si decidimos humanizarlo, tendremos en nuestras manos un caudal inmenso de material para mostrar al respecto.
La diversidad que encontramos es tan inmensa que simplemente podría llegar a superar las distintas personalidades del ser humano.
Lo encontramos en una irremediable soledad, con sus pies inmóviles que no le permiten buscar compañía; o lo encontramos rodeado de sus pares, haciendo alarde de pertenecer a una inquebrantable sociedad.
Cumple un humanísimo ciclo de vida, naciendo frágil e inseguro a la sombra de sus mayores, desarrollándose, multiplicándose y muriendo cargado de año y silente sabiduría.
Bondadoso y solidario, extendiendo sus brazos y tratando de ser el mejor anfitrión de las distintas especies de este mundo, y aun después de la muerte, nos acompaña desde la cuna hasta nuestra ultima morada. En esto, ha logrado superar las capacidades de nuestra raza.
Su nacimiento y su muerte, merecían el color que realce tales acontecimientos; el transcurso de su vida, merecía la expresividad del blanco y negro.